jueves, 17 de marzo de 2016

¿DONDE ESTA MI VASO?


¿Dónde está mi vaso? Fue la pregunta que escuche veinticinco  veces aquella noche, “donde está mi vaso” me lo repitieron una y otra vez cada cierto tiempo, se usó tan indiscriminadamente esa palabra que mi sonrisa de utilería, estaba torciendo todos sus pliegos.

Lo digo de esta manera, porque aunque algunos no lo sepan, soy Bartender, y este fin de semana fui invitado a colaborar en un evento de Mística para celebrar el aniversario de una empresa.

“Donde está mi vaso” es la frase que usualmente se utiliza cuando la barra es libre (tragos gratis) y estas medianamente ebrio, no importa si eres hombre o mujer, siempre sale a relucir esa pregunta disparada a ningún destinatario, como si te lo estuvieras preguntando a ti mismo o a tu conciencia.

Usualmente tengo la ligereza de atender cordialmente a todos los clientes sin importar que tan ebrios puedan estar, un buen Bartender tiene que ser un buen anfitrión y sobre todo un buen conversador. El problema viene cuando las preguntas vienen acompañadas de cierto toque beligerante, déspota y hasta autoritario, es ahí, donde se ve en acción a un verdadero Bartender, un caballero frente a todo, un sujeto que puede controlar los problemas que surgen en toda reunión social.

“hey loco ¿Dónde está mi vaso?” fue la pregunta que me hizo un advenedizo en un evidente estado etílico, “lo dejaste en la barra y se lo llevo tu compañero” fue la respuesta que lógicamente le di, tal parece que no le gusto, porque comenzó a reclamarme sobre su vaso y encima, en el colmo de lo ilógico, tuvo la petulancia de decirme que cuidara su vaso como si esto fuera el colegio y tengas que ponerle nombre a todo tus útiles para que no se lo encaleten. Es muy común que un evento que cuente con barra libre (Tragos ilimitados) siempre se pierdan los vasos, siempre va a haber un parroquiano que deje su vaso a medio tomar y que uno más empilado - en un descuido del parroquiano – termine por dejar vacío el vaso.  

Como les comente al inicio me encontraba preparando un Chilcano de Aguaymanto para una dulce jovencita, hacía uso de mis más febriles técnica de barman experimentado de algún worldclass, mientras sonreía con una coquetería que solo yo conocía. Se acerca a la barra un sujeto más alto que bajo y más gordo que chapado, se acerca con una mirada perdida, como tratando de ahogar las penas en alcohol, se acerca y me pregunta: ¿Dónde está mi vaso?

Era la vigésima sexta vez que escuchaba esa palabra en la noche, había arruinado el pequeño momento kodak que trataba de vivir imaginariamente con la dulce jovencita del chilcano de Aguaymanto, estaba a punto de decirle que no tenía ni la más putañera idea de donde estaba su vaso, cuando de repente me dice: “¿puedes ayudarme? Necesito un consejo”. Mis revoluciones adrenalinicas bajaron a cero y por un momento recobre la cordura y decidí apelar a mi lado amable, el Alan versión psicólogo había entrado en escena, así que le dije: “claro amigo, te escucho”.

Después de cinco minutos, entendí lo que le pasaba a mi nuevo amigo, lo habían choteado. Pero esta fue, más bien, una choteada sutil, lenta, pausada, y ahora que lo pienso bien, tal vez por eso es mucho más dolorosa todavía. Para explicarlo en cristiano: cuando una chica se niega a salir contigo al primer intento, es más sencillo encontrarle consuelo a ese revés. Rápidamente te haces a la idea de que esa mujer no es para ti y entiendes sin paltas que ha llegado el momento de mirar a otro lado. Que nadie te diga que no lo intentaste.

En cambio, cuando la negativa se demora y llega por capítulos; es decir, cuando un viernes te dicen SI, el sábado te dicen NO y el domingo te susurran NO SÉ, entonces la choteada va tomando la terca dimensión de una maquiavélica tortura.

Fue de esto último lo que le sucedió a mi nuevo amigo, la chica con la que intentaba salir acepto encantada una invitación al cine, al día siguiente sutilmente lo choteo para un almuerzo en Señor Limón, y a la semana siguiente le mando un whatssap para cenar juntos. ¿Y qué paso después? Pues, nada serio. Solo que al final de la cena, mi nuevo amigo – dejándose llevar por la emoción y el vértigo que el momento ameritaba – le estampo un largo beso a mitad de la cara, entusiasmado por el salivoso intercambio decidió hablarle de “Su futuro juntos” (viajar el fin de semana a Lunahuana, hacer un almuerzo para presentarle a sus padres, hablar de los hijos que tendrían y hasta de los nombres que le pondrían). Imagino la cara de la pobre chica mientras escuchaba todos los planes y proyectos de los cuales ya se había hecho acreedora, fue por esa misma lógica que antes que el terminara de contarle del color de la pintura que escogerían para su futura casa, lo soltó de las manos y se largó, dejando en el aire una frase ruin que dolió tan hondo como una patada en los bajos: “Gracias. En serio, pero ahí no más”.

Mi nuevo amigo me conmina a que le invite un Manhattan, lo veía tan confundido y desencajado que en su necedad me decía: “se me ha ocurrido llamarla, pues creo que había algo inconcluso en su frase. Dijo “ahí no más”, claro, pero ahí donde ¿Sera una señal? ¿Una clave? ¿Ese “ahí no más” estará relacionado a un lugar? Decidí franquearme y decirle que no la llame, que sería el rey de los idiotas si la llamaba.

Termine de preparar su  coctel Manhattan, cuando visualice que mi nuevo amigo se había alejado unos metros de la barra, pude ver que tenía el teléfono pegado a la oreja y una conversación de la cual se escapaba una par de frases muy deprimentes: “Sé que dijiste ahí no más, pero te referías a un lugar ¿a viajar ahí no más a Lunahuana?


Decidí salvarlo de la humillación, no me importaba si lo tomaría a mal o si me estaba involucrando más de la cuenta, pero estaba convencido que no permitiría que se autodestruyera en frente de mis ojos. Nada, ni nadie me iba a detener, nadie excepto una chica media ebria que me toco el hombro y no se le ocurrió mejor manera de pasmar mi momento de héroe, que decirme: oie amigo ¿Dónde está mi vaso?