No siempre el alcohol cura todas
las heridas, no siempre es la mejor receta para un corazón roto, pero ¿será la
mejor solución para el dolor de ego? Lo digo de esta manera porque la otra
noche mientras estaba detrás de la barra de un concurrido local miraflorino, un
sujeto se acerca a la barra y me pregunta que trago le podría recomendar para invitarle
a una jovencita que acababa de conocer. Levanto la mirada y veo que es un
sujeto más chato que alto y más flaco que chapado, su nombre es Raúl y bordeaba
los 22 años.
La labor de un Bartender – aparte
de servir bebidas – es la de aconsejar y sugerir opciones de bebidas al
cliente. Es por esa misma lógica, que al ver las intenciones de Raúl, lo
conmino a que le invite una piña colada (un coctel con el cual no tienes pierde),
siendo cómplice de su plan de conquista.
Los Bartender somos una especie de maestros jedi detrás de la
barra, con increíbles movimientos de la coctelera y las cucharillas,
interpretamos las más emocionaste técnicas de distracción y entretenimiento al público,
en ocasiones podemos anticipar que bebidas van a pedir con solo mirar ciertos
patrones expresivos de las personas. Pero, así como podemos ser muy hábiles en
la mixologia, también solemos ser muy caballeros, el sentido del respeto se
encuentra más allá de los placeres mundanos de la carne, en otras palabras,
somos una especie de eunuco durante nuestro horario de trabajo.
Es por esa misma lógica, que
cuando Raúl se acercó a mi barra a pedirme un consejo, lo conmine a que le
ofreciera una piña colada, ya que la única forma que podemos satisfacer nuestra
conciencia lujuriosa, es vivir a través de otra persona. Imagine que si él
lograba ligarse a la flaca, equivaldría a que yo lo hubiera hecho.
No solo le sugerí un coctel, sino
que también le di algunos tips para que pueda abordar a esa chiquilla que
mostraba un par de piernas de antología que escapaban de esa corta minifalda.
Las horas transcurren y veo a Raúl
mas entusiasmado que al inicio, se anima a sacarla a bailar y seguir los tips
que le di, por ahí que se aprecia un pequeño coqueteo.
La canción termina y vuelven a su
mesa, Raúl – al ver que las cosas fluyen - decide acercarse nuevamente a la
barra para recibir su siguiente dosis de conocimiento. Atiendo que Raúl está
muy entusiasmado con esta chica, tal parecer que esta situación no le sucede
muy a menudo, es por eso que todos sus signos apuntan a un solo lado, él quiere
darle un salivoso y despiadado beso francés.
Al ver a Raúl en un evidente
estado de patidifusa excitación, pienso que debe bajar las revoluciones porque
si no lo echara a perder, no todo puede ser hormonal, debe existir un
equilibrio entre lo sentimental y lo hormonal, sino terminará espantando a la
susodicha. Así que, como buen samaritano le indico que siga con el mismo tipo
de alcohol y que esta vez le ofrezca un daiquiri de Fresa, de esta manera la
situación se convertirá en un ambiente algo más romántico y menos hormonal.
A lo lejos, un fulano en un
evidente estado etílico divisa a la inocente joven sentada, así que se le
acerca sigilosamente cual león a su presa. El intruso la invita a bailar pero es evidente que ella
se niega, así que insiste en su intento de sacarla a bailar y ella se resiste.
Entonces él la toma del brazo, apretándoselo, y se ve que no piensa retroceder
en su cometido.
Al percatarme de ese detalle y
ver la incomodidad de la joven, siento que debo intervenir, pero como en estos
momentos estoy viviendo a través de Raúl, le advierto que están a punto de
atrasarlo.
El voltea la mirada y ve que
efectivamente su compañera de baile corre peligro de atraco, pero al mismo
tiempo divisa al sujeto que la esta afanando y se percata que es un mastodonte
con apariencia de boxeador aficionado.
Veo en Raúl su cara de espanto y
siento que prefiere arrugar, estoy a punto de salir de la barra e intervenir
por Raúl, pero tomo conciencia que mi territorio es solo detrás de la barra,
fuera de ella es otra jurisdicción. Así que, converso con Raúl y lo convenzo de
lo obligado que se encuentra de intervenir, lo aliento a que decida
interponerse en esa pulseada, en ese intento de secuestro. Él se acerca y noto
que se entromete con educación, colocando una pacifica mano en el hombro del
intruso.
No se escucha nada de lo que
están hablando pero, la forma tan gestual con la que conversan deja entender
cada expresión salida de los personajes de aquella escena.
El clima se pone tenso. El
cavernícola suelta a la chica y, desafiante, se pone a escasos centímetros de
Raúl.
Al parecer, Raúl se muestra
dispuesto a dialogar con él para persuadirlo de lo conveniente que sería para
todos que él se retirara; sin embargo, cuando menos se da cuenta, los demás
parroquianos ya han formado un círculo humano alrededor de los dos,
encerrándolos en un cuadrilátero invisible.
La gente empieza a murmurar:
“bronca, bronca”. El fulano –sabiendo que es más grande y ancho que Raúl–
sonríe, se saca conejos de las manos y mueve el grueso cuello de un lado al
otro, ejecutando la típica calistenia boxística.
Al oír el crujir de sus huesos, el pobre Raúl –que preferiría resolver el malentendido a la usanza del buen Gandhi– empieza a tratar de dialogar con él, buscando con los rabillos de los ojos a los VIP del establecimiento.
–Chucha, vengan todos, aquí hay
mecha, grita un borracho, convocando a otros clientes dispersos.
Más gente se acerca hasta formar un verdadero tumulto. Ahora ya es oficial: no tiene escapatoria.
Más gente se acerca hasta formar un verdadero tumulto. Ahora ya es oficial: no tiene escapatoria.
Al ver a Raúl, parado con los
brazos abiertos tratando de calmar las cosas, me produce una suerte de
preocupación, ya que mide como la pulga Ruiz Diaz, pesa lo mismo que Bruno
Pinasco y se le ve tan agresivo como un Teletubbie.
Por eso cuando oye algunas risas
camufladas en el barullo general, no se demora ni un segundo en captar que las
está provocando él.
Dentro de ese tumulto puedo
divisar que la chica por la cual se están disputando se encuentra algo
confundida, no sabe si llorar o llamar a la ambulancia para que ayuden a su
alfeñique acompañante.
Aunque ella no se lo pida
directamente, se muere de ganas de que
la defienda, de que pelee en su nombre, de que se imponga, vengue la ofensa y
saque pública cara por ella. Cada uno cumplirá su parte: Raúl saltará al ring y
ella le hará barra.
A estas alturas del partido me
veo en la obligación de intervenir, dejando de lado los límites demográficos a
los cuales estaba restringido. Siento que Raúl saldrá damnificado de este
encuentro, y en parte siento que es por mi culpa.
Raúl trata de llevar a su
acompañante a otra mesa, pero el sujeto no lo permite. Lo empuja sin fuerzas y
le advierte que no se meta porque va a perder. Por un momento me vi reflejado
en el pobre Raúl, me sentí tan identificado que decidí intervenir, pero no para
detener la pelea, sino para decirle que defienda su honor y que a estas alturas
ya no tiene absolutamente nada que perder.
Él empuja a Raúl y se pone en
guardia, insultándolo de una manera intimidante y feroz. Su empujón casi lo
tumba al suelo, así que se reincorpora dispuesto a hacer gala de toda su
torpeza para pelear. Está muy oscuro, así que Raúl trata de aplicarle un débil
manazo que se pierde en el aire, en ese momento el troglodita al cual
enfrentaba se posiciono para asestarle un puñetazo a nivel del estómago, cuando
dos orangutanes con polo rojo lo capturan y lo arrastran a la puerta de salida,
no sin antes invitar a salir al pobre Raúl que solo fue víctima del entusiasmo.
De reojo veo a la susodicha que mira con compasión al pobre Raúl. Me da la
impresión de que ha estado disfrutando todo esto, y me decepciona al intuir que
es la típica mujer que secretamente adora que dos fulanos se peleen por ella.
Minutos después estoy fuera de la
discoteca, busco a Raúl entre la multitud para decirle que fui mi culpa, que no
debí incitarlo a pelear. Lo diviso a lo lejos y veo que hay gente mirándolo con
lástima, como se miraría a un lisiado. Me acerco y escucho que solo atina a
lanzar inútiles insultos dirigidos a ningún destinatario: “puta madre”,
“carajo”, “conchasumadre”. Noto que está más ebrio de lo que sospechaba. Pienso
que en el fondo, al expulsarlo, esos VIPS le han salvado de una tunda. Si el
combate hubiera durado un par de rounds más, sin duda el pobre Raúl estaría en
la clínica.
Me acerco donde Raúl y trato de
calmarlo, veo que si tenía más que perder, la chica con la cual se encontraba
dentro del local, se había esfumado en plena trifulca, al igual que el mastodonte
que lo quería acribillar, había dejado a un lado su ego para defender su honor.
Lo invito a que pase nuevamente
al local para que se calme un poco, se había ganado un trago por cortesía de la
casa o al menos era lo mínimo que podía hacer. Sentía que había dado un buen
papel, si bien no se logró la victoria, pero al menos dejo todo en la cancha.
Ingresamos al local y nos dirigimos a la barra, cuando en la esquina del lado
izquierdo, se podía divisar a la misma susodicha que minutos antes disfrutaba
de las piñas coladas que le proporcionaba Raúl, solo que ahora los disfrutaba
en compañía del troglodita que había ocasionado todo este barullo. Me quede
descomputado y perplejo, no encontré la lógica para aquel desenlace, solo atine
a decirle a Raúl “ya fue loco, que quieres que te sirva”
“Dame una cerveza para olvidar”
¿Alguna vez ustedes se han
peleado en una discoteca? ¿Ganaron, perdieron, se acobardaron? ¿Es cierto, que
las mujeres masajean su ego cuando dos hombres se van a las manos por ella?
¿Cuándo la valentía se convierte en estupidez, y cuándo lo cortés sí quita lo
valiente? ¿Es preferible que te rompan la cara a que no te rompan el corazón?
[Aquí les dejo esta canción que sonó 48 veces esa noche]